Antisemitismo y Sobrerrepresentación del Sionismo en el discurso de la Izquierda

Es frecuente observar en el discurso de la izquierda una peculiar insistencia en la temática asociada al conflicto Israel-Gaza/Cisjordania, árabe-israelí o de ocupación de Palestina. La cuestión de la denominación precisa no es un tema menor, en tanto cada nombre ya entraña una determinada perspectiva. No obstante, como anticipándose, y como otorgando soporte y estructura a la cuestión nominativa, esta se ve atravesada por un proceso de condensación por el cual ciertas imágenes –y las palabras como imágenes– reciben una catexis intensa, una carga energética, y por ello conmueven. Los procesos de condensación constituyen realidades psíquicas en las que una representación única representa, por sí sola, varias cadenas asociativas, en la intersección de las cuales se halla tanto la cuestión nominativa —de qué manera nombrar un fenómeno— como la significación de ese fenómeno en su totalidad; representación siempre vívida, resplandeciente.

Por ejemplo, el sionismo suele estar asociado, en la izquierda, el tercermundismo y diversos nacionalismos populares[1], con el término genocidio. Es frecuente escuchar declaraciones, o leer en escritos de la prensa de izquierda, como así también en publicaciones académicas y en debates y conferencias, sobre lo incomprensible —en cualquier caso inadmisible, intolerable, indignante— que resulta observar cómo los judíos pueden apoyar un Estado genocida —Israel es un Estado Sionista y, si el sionismo es genocida, entonces el Estado mismo lo es— luego del Holocausto. Algunos llegan a afirmar que el Estado de Israel y los nacionalistas judíos, resentidos, procuran venganza por el Holocausto, o lo instrumentalizan con fines políticos y estratégicos. Genocidio constituye, así, una de aquellas representaciones únicas que acarrean con ellas una significación total.

Ante todo, ¿qué es genocidio? ¿Es matar mucha gente? ¿Cuánta, a partir de qué límite se pasa del asesinato selectivo al genocidio? ¿Qué papel juegan la intención y la premeditación? ¿Existe algún vínculo entre el concepto de limpieza étnica y el de genocidio, y en tal caso cuál? ¿Qué relación puede darse entre genocidio y guerra? Estas y otras preguntas son las que recorren numerosos estudios sobre el tema, estudios atravesados por diversas inquietudes conscientes y ansiedades inconscientes: jurídicas, filosóficas, históricas, políticas, raciales, fóbicas.

La definición actual de genocidio se establece en el Artículo II de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, adoptada por las Naciones Unidas en 1948:

«Se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.»

Por otra parte, en la Apelación para la Ratificación Universal de la Convención, del 2018, se pone de relieve el requisito específico de “intención” del delito de genocidio.

«La definición de genocidio consta de dos elementos: el elemento físico (los actos perpetrados) y el elemento mental (la intención). La intención es el elemento más difícil de identificar. Para constituir un genocidio, debe demostrarse que la parte de los perpetradores tenía la intención de destruir físicamente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. La destrucción cultural o la intención de simplemente dispersar a un grupo son insuficientes, aunque puedan constituir un delito contra la humanidad en virtud del Estatuto de Roma. Es la intención especial, o dolus specialis, lo que hace que el delito de genocidio sea único.

Para constituir un genocidio, también debe determinarse que las víctimas han sido atacadas de forma deliberada (no de forma aleatoria) por su pertenencia real o percibida a alguno de los cuatro grupos protegidos por la Convención. Esto supone que el objetivo de la destrucción debe ser el grupo, como tal, o incluso una parte de él, pero no sus miembros como individuos.»[2]

El resaltar la dimensión intencional en el genocidio ha sido objeto de un debate específico entre dos corrientes de interpretación desde el Holocausto, una que pone de relieve el carácter premeditado de ese genocidio, otra que destaca su aspecto funcional, si bien en la actualidad ha llegado a predominar una visión que incluye ambos términos en una síntesis de “radicalización acumulativa” donde las decisiones premeditadas encontraban una retroalimentación amplificadora por parte de los puestos subalternos más directamente ligados a la ejecución del exterminio. Esto significa que, de cualquier manera, el elemento intencional ha de ser tomado en consideración.

Siendo el aspecto intencional difícil de identificar, es posible no obstante tomar en consideración indicadores que permitan circunscribir el fenómeno del genocidio atendiendo a su carácter cualitativo, aquello que lo hace un delito único. Esto es, si bien el genocidio puede estar asociado a otros fenómenos, como el de la limpieza étnica, el desplazamiento forzado de personas, los enfrentamientos militares, etc., no se confunde con ellos. En su carácter cualitativamente específico el genocidio hace directa referencia, en su propia raíz, al acto de matar. De la misma manera en su geno se expresa lo grupal, el hecho de que la acción de matar va dirigida a un conjunto de personas que comparten una característica y porque comparten esa característica. La identificación del grupo es así lógica e históricamente previa a las acciones acometidas contra él, al mismo tiempo que estas acciones son dirigidas con el propósito de su destrucción, en un sentido vital, pudiendo esta destrucción alcanzar su plena realización o ser detenida anticipadamente, luego de haber alcanzado parcialmente su objetivo, interrumpido por factores externos o decisiones internas al grupo agresor. Cabe suponer que, para quedar identificada como genocidio, cualquier detención anticipada debería haber logrado parcialmente su objetivo, esto es, ser un genocidio parcial. El asesinato de cien mil personas de un grupo de un millón no alcanza al exterminio total, pero bien puede identificarse como un caso de genocidio.

El Genocidio no se expresaría, así, tanto en la cantidad de muertos en términos absolutos sino en una relación proporcional significativa entre muertos y población destinataria de la agresión. Pero un elemento adicional que a mi entender escapa a la definición es la dimensión temporal. Los genocidios, por su carácter sistemático orientado al exterminio, suelen durar poco tiempo. El exterminio o la destrucción parcial se realiza a conciencia y con método. Por ejemplo, el Holocausto consistió en el asesinato sistemático de judíos en la segunda guerra mundial, pero de acuerdo a un estudio reciente de Lewi Stone[3], de los 5,8 millones de judíos asesinados, sobre un total de 9,5 millones (61%), en toda Europa y durante toda la Segunda Guerra Mundial, más de un 25%, 1,47 millones, fueron asesinados solo en 1942, y cerca de un millón de ellos solo en los tres meses de agosto a octubre. Y esto en tan solo tres sitios: Belzec, Sobibor, y Treblinka. El ritmo del genocidio representó una tasa promedio del 10% anual de la población objeto, durante un breve período de 6 años.

En el mismo estudio de Stone se exponen datos de Ruanda donde, en menos de cuatro meses de 1994, se alcanzó la cifra de 243.300 muertos por mes. De acuerdo al estudioso Philip Verwimp[4], la cifra total de muertos alcanzó los 800.000 tutsis, lo que representó un 75% de esa minoría ruandesa, y un 10% de la población total del país.

En cuanto al genocidio armenio, se estima que entre 1915 y 1923 fueron asesinados, o puestos en condiciones de muerte segura, entre 600.000 y 1.200.000 personas (algunos elevan aún más esa cifra) de un total de aproximadamente 2.000.000, o entre un 30% y un 60% de la población armenia en el Imperio Otomano. Como afirma J. Otto Pohl:

«El amplio número de muertes entre grupos nacionales deportados a emplazamientos especiales hace surgir la pregunta por el genocidio. La misma palabra ‘genocidio’ significa matar una raza. Aunque la palabra genocidio es con frecuencia utilizada en forma frívola para dar cuenta de cualquier masacre, debería ser reservada para aquellos casos en que un estado apunta a un grupo étnico para su destrucción física. Tres claros casos de genocidio existen en el siglo XX: el intento de Turquía de exterminar la gente armenia; el intento de la Alemania Nazi de aniquilar los judíos y gitanos europeos; y el intento sistemático por parte del gobierno de Ruanda de mayoría Hutu de asesinar cada miembro de la minoría Tutsi. En todos los tres casos la exterminación total de la nacionalidad víctima fue detenida solo por la derrota militar del estado perpetrador.”»[5]

Como resume Pohl, el genocidio es sistemático, y por tanto presenta grandes concentraciones de asesinatos en períodos muy cortos. Esta sería la dimensión cuantitativa en que se expresa. Al mismo tiempo el genocidio posee una población objeto del exterminio, pero ser población objeto significa que el propósito es el exterminio, esto es, que los muertos no son víctimas colaterales. La muerte de no combatientes en el marco de un enfrentamiento armado, por ejemplo como resultado de la explosión de una bomba, no es equivalente a cubrir una ciudad a bombazos con el propósito de que no quede nadie vivo. El bombardeo de Londres por parte de las fuerzas armadas alemanas en la Segunda Guerra Mundial no es considerada parte del Genocidio, si bien murieron casi exclusivamente civiles en un número cercano a los 30.000, en los ocho meses entre setiembre de 1940 y mayo de 1941. Pertenecer al grupo de los londinenses carece de la substancia exigida para suponer la intención de genocidio o su despliegue parcial. Al mismo tiempo el bombardeo de Dresden, donde murieron entre 25.000 y 40.000 personas de una población de más de 600.000 habitantes, en un lapso de tres días, o las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, donde pereció al menos un 20% de sus poblaciones en un solo día, han llevado a algunos estudiosos a reclamar para estas matanzas masivas su asignación a la categoría de genocidio. Nótese que, en estos casos, además de la acción premeditada indudable (se trató de objetivos designados cuya agresión fue detalladamente planeada de antemano), asociado esto al hecho de tratarse de objetivos prioritariamente civiles, se distinguen por la alta densidad temporal de los asesinatos. Esta alta densidad puede ser tomada como un indicador de la intención genocida, si bien en absoluto podría decirse que las fuerzas armadas norteamericanas consideraran a la población de Dresden o a las de las ciudades japonesas como personas destinadas al sacrificio por su pertenencia nacional, étnica, racial o religiosa. Es por ello que, pese a tratarse de casos de muertes en masas en un período muy corto de tiempo, y de esto no hay duda alguna, la ausencia de la intención genocida lleva a la falta de acuerdo en la caracterización de estos eventos como genocidios.

Desde una perspectiva más general, H. Zeynep Bulutgil[6] enumera 41 casos de limpieza étnica, tomando en consideración cada etnia desplazada, a veces varias al mismo tiempo. Los tres períodos son los de las guerras de los Balcanes de 1912-1913 y sus coletazos en la región hasta 1918, el nazismo y el estalinismo (1938-1948) y la guerra de Yugoslavia (1992-1995, y 1999 en Kosovo). En todos los casos el desplazamiento de poblaciones va siempre acompañado de masacres, violaciones, torturas, hambre, en algunos casos trabajos forzados (nazismo, estalinismo).

En otro de sus artículos[7], Bulutgil reflexiona sobre las diferentes perspectivas sobre el concepto de limpieza étnica, precisando sus alcances y limitaciones. Existe en la literatura sobre el tema una tendencia a poner la limpieza étnica como un extremo leve de un mismo continuum con el genocidio, que sería su extremo fuerte. Otros entienden al genocidio como un caso especial de limpieza étnica. En cualquier caso, parece ser que en general toda la gama, desde la mera expulsión a la masacre, van juntas. Como etapas de un conflicto, por ejemplo, donde en un marco general de expulsión masiva, este va acompañado de eventos de exterminio.

Los ataques serbios sobre Bosnia fueron así. De los 60.000 muertos bosnios unos 20.000 (1/3) fueron masacres, entre 1992 y 1995, siendo la más importante Sbrenica, con cerca de 8.000, y se piensa que esta fue en ¡1 día! Las deportaciones en masa de Stalin de diversas nacionalidades alcanzaron alrededor de 2.000.000, con 300.000 muertos en los campos entre 1941 y 1948. Poner prisioneros en condiciones que los llevan a la muerte en masa altamente probable también es considerado genocidio.

En las dos guerras de los Balcanes (1912-1913) se estiman 20.000 albaneses muertos en Kosovo y decenas de miles de emigrantes, como consecuencia de los ataques serbios y montenegrinos. El avance búlgaro tomó 20.000 prisioneros (principalmente turcos, pero también judíos y griegos) y solo 10.000 sobrevivieron. En realidad, las guerras de los Balcanes presenciaron masacres mutuas entre griegos, búlgaros, serbios, turcos, rumanos, etc. Todo esto siempre acompañado de quema de mezquitas (los musulmanes parecen haber tenido la peor suerte), violaciones de mujeres, etc. También en la última guerra de los Balcanes, la de 1992-1995, se dieron casos de violaciones en masa, como el burdel serbio de Vilina Vlas, donde abusaron sistemáticamente de al menos 200 mujeres. Las violaciones en masa de mujeres (a veces hasta cientos de miles de ellas) parece ser un elemento con frecuencia presente en los genocidios u otros tipos de muertes en masa: en Armenia en 1915, en Bangladesh en 1971, en Ruanda en 1994. El genocidio tecnocrático de tipo nazi parece ser la excepción.

La literatura argentina considera también como Genocidio al resultado de las acciones de la última dictadura de Argentina, y ciertamente puede ser considerada de ese modo si por población objeto no se considera toda la población del país sino un grupo específico, por ejemplo la población con ideas de izquierda y vinculada a diversos tipos de organizaciones antisistema (sindicatos combativos o antiburocráticos, partidos de izquierda no combatientes, organizaciones armadas, comités de base barriales, organizaciones campesinas, de derechos humanos,  eclesiales de base, estudiantiles, etc.) La represión de la dictadura fue selectiva y, si bien es discutible que su propósito fuera el exterminio total (probablemente un exterminio parcial alcanzara para lograr un volumen de terror suficiente), sí al menos fue sistemática y dirigida. A los fines del estudio presente una opción consistía en construir un proxi de la población objeto de la agresión. En base al resultado electoral del Partido Socialista de los Trabajadores en setiembre de 1975 y la proyección nacional hipotética de los resultados electorales del Partido Peronista Auténtico en las elecciones de Misiones en 1975, donde consiguió casi un 10%, se obtiene una cifra de alrededor de 1.300.000 personas. No obstante, quizá sea más apropiado apoyarnos en datos referentes a la base militante de las organizaciones, puesto que la represión estuvo más bien enfocada en esta, si bien personas no afiliadas directamente a ninguna organización de la izquierda radical también fueron víctimas. En tal caso podemos sustentarnos, a los fines analíticos presentes, en datos relativos al VI Congreso del Frente Antiimperialista y por el Socialismo llevado a cabo en 1974 a iniciativas del PRT-ERP, con una presencia de entre 25.000 y 30.000 simpatizantes y militantes, y estimar una cantidad del triple de esta cifra para los simpatizantes y militantes de las organizaciones de origen peronista (Montoneros y otras)[8]. Sumando otras organizaciones menores la cifra total de la población objeto de la represión militar no debe haber superado las 150.000 personas. De esta población hubo hasta 30.000 muertos en casi 8 años, lo que arroja una proporción próxima al 20%.

Otros eventos de muerte en masa, vinculados muchas veces a guerras donde la población víctima es parte de una confrontación, tuvieron lugar en Bangladesh en 1971 (rebelión y guerra de independencia de Pakistán) donde murieron entre 300.000 y 3.000.000 de bangladesíes, en el marco de lo cual se dieron exterminios más selectivos orientados a los intelectuales y las universidades. O también Timor Este entre 1975 y 1980 (100.000-300.000 muertos), la población indígena de etnia Maya en Guatemala en 1982 y años subsiguientes como parte de la represión a la insurgencia anti-dictadura (más de 50.000 muertos en aquel año exclusivamente), los Kurdos del norte de Irak entre 1986 y 1988 a manos del ejército de Saddam Hussein, etc. En todos los casos estamos ante la presencia de muertes contadas por decenas o centenares de miles, y hasta millones, en lapsos de períodos cortos.

Por último, tenemos las grandes muertes de millones y hasta decenas de millones, también denominadas en ocasiones genocidios, perpetradas por la URSS (1937-1949), China (1959-1961) y Camboya (1975-1979).

Y en el curso de este siglo, hemos presenciado el conflicto en Siria, en el cual de acuerdo a diversas fuentes la cifra de muertos civiles (incluyendo personas detenidas en las prisiones del Estado), exclusivamente a manos de las fuerzas de Al-Assad, llegarían a casi 200.000 (de una población promedio del período considerado de 18,3 millones), en un período de 9 años.

Yendo ahora al conflicto más significativo para la izquierda, la cantidad de muertos desde la Primera Intifada hasta el presente, cubriendo el período 1988-1993 y 2000-2020) habría sumado casi 12.000 personas, de una población promedio del período considerado de 3,4 millones, durante un lapso de 26 años.

En términos comparativos la proporción de muertos sobre la población objeto en los casos anteriores resulta ser la siguiente:

Tomando en consideración no solo la proporción sino además la distribución temporal, esto es, la división del porcentaje anterior en el lapso de años, los resultados serían los siguientes:

La población judía europea habría sido diezmada a un ritmo del 10,2% anual, la izquierda argentina al 2,6% anual, la población civil de Siria (solo aquella víctima de las fuerzas gubernamentales) al 0,12% anual, y la población palestina (solo aquella a manos de las fuerzas armadas y colonos de nacionalidad israelí) al 0,005% anual.

De más está decir que las cifras por sí mismas, exclusivamente, son insuficientes para caracterizar un fenómeno. Sin embargo, al menos deberían sugerir el carácter sistemático con propósito de exterminio en (1) una alta tasa de mortalidad anual de la población objeto, (2) sostenida durante un tiempo relativamente breve, (3) con un resultado acumulativo importante en términos de proporción afectada de la población objeto y, un elemento que hasta el momento no habíamos considerado: (4) al margen de la conflagración armada. Por ejemplo, los judíos europeos no eran una fuerza contendiente en la Segunda Guerra Mundial, y, desde una mirada realista, la izquierda argentina tampoco era una fuerza contendiente desde el punto de vista de las Fuerzas Armadas del Estado (si bien estas organizaciones sí se percibían de esa manera), ya que fue muy rápidamente desarticulada. Por el contrario, en Siria y en Israel se da un conflicto subyacente de guerra, con participación de fuerzas internacionales, diversas facciones, etc. Por esa razón es que se han considerado solo las muertes de civiles, y no las de los combatientes.

En base al análisis cuantitativo anterior ya puede percibirse algo de lo que señalaba Pohl, y muchos otros autores también: la utilización de la palabra genocidio resulta en ocasiones impropia y hasta frívola, en la medida en que cubre fenómenos y acontecimientos de muy diferente naturaleza y consecuencias. La razón de este tratamiento banal por parte de la izquierda (y el tercermundismo y nacionalismo populista) de la cuestión tiene sus causas, algunas de las cuales revisaremos más adelante. Pero el punto a resaltar desde ya es que, aun tratando la cuestión en forma banal, la izquierda lo hace no respetando sus propias reglas de banalidad. Tomemos por caso el tratamiento de dos fenómenos, la guerra en Siria y el conflicto entre Israel y Gaza/Cisjordania. A modo de ejemplo que ilustra lo que estamos exponiendo, repasemos la siguiente argumentación de Claudio Katz en el sitio argentino Izquierda Diario:

“Israel apostó a lograr impunidad internacional, en el marco de la gran sangría que impera en la región. Imaginó que varios miles de muertos en Gaza no despertarían ninguna reacción, en el contexto de 150.000 caídos en Siria y medio millón de cadáveres en Irak. Estimó que su incursión sería tolerada ante los encarcelamientos masivos en Egipto, las bombas en el Líbano, la represión en el Golfo y las balaceras en Libia.”[9]

La publicación hace referencia a los enfrentamientos ocurridos en el 2014, cuando en el curso de todo el año murieron cerca de 2.400 civiles palestinos. El argumento de Katz podría traducirse así: 2.400 civiles palestinos son infinitamente más que 150.000 sirios o 500.000 iraquíes. Tan es así que estas últimas cifras no podrían ocultar aquella. ¿Qué tiene la primera cifra de especial? Pues que es resultado de las acciones del Estado de Israel. ¿Pero qué tiene de particular este estado, en un contexto que, como expone el mismo Katz, otros estados, todos nacionalistas por supuesto, realizan masacres numéricamente muchísimo mayores? Pues que es un Estado Judío.

Pero observemos esta percepción en un marco más general. Pues podría ser que se tratara de una observación tomada fuera de contexto, un contexto que estaría signado por un rechazo vehemente de la izquierda al que podría considerarse un genocidio comandado por Al-Assad.

La búsqueda en el sitio Izquierda Diario[10] del término “Israel” devuelve cerca de 6.200 resultados. Si a los términos Israel, sionista o sionismo se le suman los términos genocida o genocidio se obtienen 649 resultados. La asociación, por tanto, está presente en más de un 10% de los resultados posibles.

Por otra parte los términos “Assad” o “Siria” devuelven 2.760 resultado (un 66% menos que el término “Israel”), en tanto que la asociación de cualquiera de estos dos términos con las palabras genocida o genocidio arroja 157 casos. Para los fines de este estudio se visitó cada una de esas páginas para observar su contenido y, como resultado, se restaron resultados en los que las palabras genocida o genocidio estaban en realidad asociadas al genocidio armenio (Siria aparece como parte de esos artículos como región, no como partícipe del genocidio) y los resultados en los que en realidad la asociación del genocidio es con Israel (y en las notas la palabra Siria también aparece, pero no asociada con genocidio alguno). Luego de proceder a esta limpieza de resultados la cantidad de veces en que Siria o Assad quedaban directa e indudablemente asociados a un genocidio fue de: 1[11]. Repito: uno.

Si se tomara en consideración la asociación de un grupo de palabras con “genocidio”, y se la aplicara proporcionalmente a los diversos casos, de acuerdo a la cantidad de muertos anuales como parte de la población objeto, la tasa de mortalidad anual en Gaza y Cisjordania del 0,005%, con una presencia mediática en el sitio web Izquierda Diario que asocia Israel con Genocidio 649 veces, debería expresarse, para la tasa de 0,121% de Siria, en una presencia mediática que asocie Siria o Assad con Genocidio de 16.124 resultados. Pero como vimos, solo hay… 1 resultado.

Otra manera de aproximarnos a la cuestión resulta al ponerla en perspectiva con otro fenómeno con el cual comparta alguna característica significativa. El genocidio comparte con los homicidios intencionales, por ejemplo, tanto el hecho de resultar en la muerte de personas como en el carácter intencional de la acción. Difieren en cuestiones sustantivas por supuesto; pero del carácter sistémico y masivo exclusivo del genocidio debería esperarse una marcada diferencia cuantitativa en términos de víctimas mortales entre este último y las estadísticas típicas de homicidios intencionales de diversos países. Bajo este criterio comparativo es posible, por ejemplo, representarse la magnitud relativa del período más cruento de los enfrentamientos en Gaza y Cisjordania de las últimas décadas, la Segunda Intifada. Entre 2000 y 2008 murieron cerca de 2.200 civiles palestinos de forma violenta y por razones directamente vinculadas al conflicto, y cerca de 2.600 combatientes pertenecientes a esa nacionalidad. Para ese período la población promedio alcanzó algo menos de 3.300.000 habitantes. La relación entre la suma de civiles y combatientes, y la población total, resulta en una tasa promedio de 19,2 c/100.000 por año, para el conjunto del período. En comparación la tasa de homicidios intencionales en Brasil, para el mismo período, promedió 24,2 c/100.000 habitantes, y allí no hay guerra. De hecho, varios países centroamericanos, Venezuela, Colombia, Sudáfrica y la Federación Rusa poseen tasas mayores al 19,2 c/100.000. Esto significa que la izquierda considera como el genocidio más repugnante a un enfrentamiento que presenta una tasa de mortalidad por homicidios intencionales menor a la que muchos países presentan habitualmente.

¿Por qué, contra toda evidencia en contrario, la izquierda continúa insistiendo que el resultado de las acciones del estado israelí constituye genocidio? Puesto crudamente: ¿por qué la izquierda no desarrolla campañas masivas (y que proporcionalmente deberían ser muchísimo mayores) por la denuncia, derrota y hasta desaparición de los estados de: Alemania, Serbia, Turquía, Ruanda, Federación Rusa, China, Camboya, Pakistán, Siria, Irak, Indonesia, Guatemala, Argentina, Brasil, por poner algunos ejemplos que hemos recorrido anteriormente? ¿Por qué las publicaciones Izquierda Diario o Revista Herramienta en Argentina (y lo mismo podría decirse de una inmensa cantidad de publicaciones en otros países) no están llenas de escritos airados que denuncien como genocidio las muertes perpetradas en Siria por el régimen de Al-Assad? ¿Por qué no existen campañas internacionales organizadas por la izquierda dirigidas a lograr el retorno de los refugiados sirios en Europa a su propio país? ¿Por qué el probable pesimismo que desalienta este último tipo de campañas (cualquiera sabe que el retorno es por lo menos altamente improbable) se convierte en fervor militante cuando se trata de Israel?

El partido trotskista brasileño Causa Operária declara todo su apoyo a Hamas. Obsérvese al pasar al estereotipo del judío.

Una hipótesis consistiría en que la izquierda, en la intensidad desproporcionada de su antisionismo, otorga un privilegio de atención, y reclama un estándar privilegiado de moralidad, comportamiento y espíritu crítico, a la población sionista del Estado de Israel, es decir a la mayoría de su población, o sea a los judíos. Una manera de interpretar esta situación anómala es considerar que la izquierda es, en amplios sectores, antisemita de un modo peculiar. Este antisemitismo no estaría necesariamente asociado a una cuestión racial, si bien podría ser el resultado de una corriente subterránea de antisemitismo no reflexivo y hasta “popular”.[12]

Otra variable, no excluyente, podría ser la ideología antiimperialista que impregna la mayoría de la izquierda a nivel celular, y la vinculación de esta ideología con condensaciones ideales que hacen del capital financiero —vívidamente representado como parasitario e impulsor de la dominación colonial o neocolonial— como el enemigo artero, conspirador e inasible, de la misma manera que el antisemitismo de principios del siglo pasado se representaba al judío europeo como, en palabras de Moishe Postone,

«la reificación concretizada de la dominación abstracta del capital»[13].

En la misma línea se expresa Werner Bonefeld:

«Y luego está la Izquierda antiimperialista. Como uno de sus más críticos y distintivos pensadores, Perry Anderson argumentaba que, “Atrincherado en los negocios, el gobierno y los medios de comunicación, el Sionismo Norteamericano ha adquirido, desde los ’60, un firme control de las palancas de la opinión pública y la política oficial hacia Israel, que no ha visto debilitarse más que en raras ocasiones.” Los Judíos, por tanto, no solo han conquistado Palestina; han tomado incluso el control de Norteamérica, o como lo ve James Petras, el esfuerzo actual dedicado a la “edificación del imperio de EEUU” toma la forma atribuida por “constructores sionistas de imperios”. Para Anderson, Israel es un estado judío, sus triunfos nacionalistas son triunfos judíos, y su economía es una economía judía, tornando a Israel en un “estado rentista” que es mantenido por los Estados Unidos como su portaviones imperialista en el Medio Oriente.»[14]

Es perturbador caracterizar a muy amplios sectores de la izquierda de antisemita. Existe una larga tradición, al menos en el marxismo, de rechazo al antisemitismo, una corriente en su seno que resistió y resiste la discriminación hacia los judíos y la proliferación de los prejuicios contra ellos. Existe, asimismo, una larga tradición que no ha podido desembarazarse de la ‘Cuestión Judía’, de la necesidad —y hasta la urgencia— de poner en evidencia el particularismo, o mal universalismo, de los judíos. En palabras de Robert Fine y Philip Spencer,

«una de las peculiaridades de la tradición ‘anti-judaica’- ha sido el representar los Judíos en algún aspecto importante como el ‘otro’ de lo universal: como la personificación ya sea del particularismo opuesto al universal, o de un falso universalismo que encubre el interés propio Judío. La primera forma contrasta el particularismo de los Judíos con la universalidad de la sociedad civil burguesa; la segunda contrasta el mal universalismo del ‘judío cosmopolita sin raíces’ al buen universalismo de cualquier otro universal que se proponga —sea la nación, la raza o la clase.»[15]

Por otra parte es conveniente distinguir, como lo hace Marcel Stoetzler, entre antisemitismo en la izquierda y antisemitismo de la izquierda. El primero sería el caso de “cualquiera en ‘la izquierda’ que sostenga las formas de antisemitismo que son comunes en un contexto más amplio, en términos, por ejemplo, del medio social o nacionalidad, relevante para este individuo.”[16] En cuanto al segundo tipo “—como si dijéramos, antisemitismo de izquierda ‘genuino’— podría ser definido por tanto en primera instancia como un antisemitismo que presume que existe algo en la esencia o espíritu de ‘los Judíos’ que los vuelve un impedimento en la prosecución de las ideas de la Revolución Francesa: los Judíos son por su naturaleza defensores del status quo o aún de la reacción.”[17]

En 1931, dos años antes del ascenso al poder del nazismo, la sección nororiental del Partido Comunista Alemán -KPD- publicaba el primer número de su periódico en el que en su tapa se ve a Goebbels conduciendo un auto, donde Hitler va acompañado del capital de los judíos, pasando por encima de restos humanos. Al pasar, llama la atención el paralelo entre el nombre del periódico, Der Rote Angriff -El Ataque Rojo– con el periódico Der Angriff -El Ataque– publicado por el Partido Nacional Socialista de Alemania desde 1927 en adelante.

A modo de conclusión expondremos una hipótesis sobre una posible razón subyacente dirigida a intentar dar sentido, no a la existencia de sensibilidades antisemitas en la izquierda, las que son mejor y más extensamente exploradas en otros estudios, sino a la forma peculiar de expresión de antisemitismo que conlleva la banalización de ciertas palabras, pues es en esta banalización donde podremos hallar uno de los elementos que nos permitan desarmar la compleja trama de antisemitismo en la que parte importante de la izquierda se ha visto envuelta durante más de dos siglos.

Para expresarlo claramente: la izquierda tiene un problema con las palabras que trasciende ampliamente el objeto del presente escrito y que se encuentra en germen en una concepción esencialista que otorga al trabajo y la producción un estatuto ontológico. Esto, en respuesta, devalúa toda otra dimensión a un rango inesencial, encubridor y falsificador de aquella esencia. Las palabras, toda la entera armazón comunicativa con la que los seres humanos se expresan mutuamente conocimientos, percepciones y sensaciones, posee así un estatuto subordinado al sustrato ontológico al cual, en manos de la clase enemiga, contribuyen a recubrir. Debido a esto la palabra, en manos de la izquierda, no podría tener otra función que la de ser instrumentalizada como herramienta para develar la esencia que la clase enemiga brega por ocultar.

No obstante, la concepción sobre la palabra implica una concepción sobre los sujetos hablantes. No tanto sobre quiénes son sino sobre cómo son, cuál es su estatuto ontológico, y por supuesto cómo es de esperar que se comporten. Si los sujetos fueran imprecisos, si pudieran llegar a mostrar algún parentesco entre ellos, aun si fuera remoto, la palabra que devela no podría ser claramente delimitada de la palabra que encubre. La instrumentalización de la palabra demanda, así, una delimitación precisa, una ajenidad y una existencia incontaminada entre quienes defienden el statu quo y quienes lo combaten.

Este pesimismo de la palabra, que se extiende a los sujetos, posee muchas otras formas de expresión que no se reducen a las relaciones entre clases enemigas. Es que el esfuerzo por delimitar, alienarse mutuamente y conservar la pureza termina siendo un proceso infinito en el que siempre es posible encontrar, en el que hasta ayer era vecino, un potencial enemigo. La historia de la izquierda es la historia de sus divisiones, es cierto, pero estas divisiones poseen un substrato que las alimenta constantemente y que trasciende sus expresiones fenoménicas: el problema no radica de ningún modo en cuestiones de estilo, maneras, usos o costumbres, sino en una concepción sobre la realidad social que lleva necesariamente a la proliferación de la desconfianza.

Este contexto general conforma una estructura que retorna sus efectos sobre las palabras, como afilándolas. Pero, ya transformadas en armas, comienzan a perder relación con cualquier referente preciso, puesto que lo único que llega a importar es el daño que producen sobre el enemigo y las alianzas de mutua defensa con los —por el momento— amigos. Las palabras se arrojan, se revolean, bajo el supuesto —una y otra vez desmentido— de que cosificadas, en tanto armas, quedan siempre bajo control propio, pudiendo ser utilizadas cuando fuera y como fuera conveniente.

Vana esperanza. Las palabras son huidizas, trashumantes, significantes, porosas, entremezclantes. Esto da por resultado que estas palabras-armas puedan ser utilizadas por todos en cualquier circunstancia: así, se legitima su proliferación (como con cualquier otra arma). El problema es que sus efectos van mucho más allá del que podría esperarse de una herramienta cualquiera. En las palabras nos formamos y otorgamos sentido a nuestra existencia individual y colectiva. En las palabras estimamos la proximidad y lejanía imponderables de todo lo que es otro. Pero, convertidas en armas, las palabras nos forjan en identidades abigarradas, a la vez que fijan al otro bajo una condensación significante. En lugar de revolucionar la palabra, la izquierda utiliza revolucionariamente la palabra, al precio de conceder a compañeros de ruta imposibles una coartada más para atacar al judío.


Postscriptrum: El texto anterior fue escrito en lo esencial, en su momento, hace tres años, en el contexto de la guerra en Siria, y más bien como un intento de aclarar las propias ideas, al menos en los trazos más gruesos. Mi idea era, y sigue siendo, que existe un tabú en el seno de la izquierda que impide pensar con objetividad y libertad. Este tabú no es nuevo, sin embargo. Durante los años del estalinismo millones de izquierdistas negaron —y cuando no pudieron ya negar, justificaron— las masacres perpetradas por el estado soviético, entre las cuales no podían faltar, por supuesto, las persecuciones a los judíos, como en el caso del Complot de los Médicos en 1953.

Este tabú es extraordinariamente poderoso. Individuos que, en su fuero interno, aborrecen de corazón todo antisemitismo, cuidan de expresar esto con franqueza pues sospechan que, de hacerlo así, entrarían en una zona de contornos borrosos. Con el tiempo, a fuerza de reprimir la expresión —para lo cual colaboran los años y décadas de inmersión en el contexto de aparatos burocráticos con su propio microclima— la reflexión cristaliza y adquiere ribetes rígidos y, en ocasiones, brutales. Todo lo contrario de lo que requiere un objetivo de emancipación social.

Un último pensamiento. El escrito se refiere exclusivamente a la calumnia de genocidio, pero se entiende que la misma clase de reflexión puede y debe ser aplicada a otras muchas calumnias que forman parte del repertorio de la izquierda relativo a la Cuestión Judía.


[1] Lo que sugiere ciertos cruces entre estas tendencias que ameritan una exploración más detallada.

[2] Oficina de las Naciones Unidas para la prevención del genocidio y la responsabilidad de proteger, La convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio, 1948-2018, Apelación: Ratificación Universal de 2018, p. 5.

[3] Stone, Lewi, Quantifying the Holocaust: Hyperintense kill rates during the Nazi genocide, Science Advances 02 Jan 2019: Vol. 5, no. 1, eaau7292.

[4] Verwimp, Philip, Death and survival during the 1994 genocide in Rwanda, Population Studies, Vol. 58, No. 2,2004, pp. 233-245.

[5] J. Otto Pohl, Ethnic Cleansing in the USSR, 1937–1949, Greenwood Press, 1999, p. 2.

[6] H. Zeynep Bulutgil, The Roots of Ethnic Cleansing in Europe, Cambridge University Press, 2016.

[7] H. Zeynep Bulutgil, The state of the field and debates on ethnic cleansing, Nationalities Papers, 2018.

[8] Se proyecta el triple en base a estimaciones de la relación entre la cantidad de militantes directamente implicados en actividades armadas para las organizaciones PRT-ERP y Montoneros + otras de origen peronista.

[9] Katz, Claudio, Horror y esperanza en Palestina, Izquierda Diario, http://www.laizquierdadiario.com/Horror-y-esperanza-en-Palestina-1071, consultado 24/07/2020.

[10] Izquierda Diario es uno de los sitios web de difusión de ideas de izquierda en Argentina más importante, perteneciente a la organización trotskista Partido de los Trabajadores por el Socialismo, integrante del Frente de Izquierda y de los Trabajadores.

[11] Se encontraron otras dos ocurrencias de la asociación, pero no pertenecían al cuerpo de las notas sino a los comentarios de lectores que criticaban que en ellas no se expresaba el carácter genocida del régimen de Al-Assad: http://www.laizquierdadiario.com/Proletarios-de-todos-los-paises-unios y http://www.laizquierda diario.com/Derriban-un-helicoptero-ruso-en-Siria-y-mueren-sus-cinco-tripulantes, consultados 26/07/2020. El único caso en el que en el mismo cuerpo de la nota se hace la asociación entre Al-Assad y genocidio es una referencia a una declaración de diversas organizaciones de izquierda durante la conmemoración, en 2017, del 24 de marzo, en la que de paso también se repudia a Israel, como para equilibrar las cosas.

[12] El antisemitismo subterráneo no debería despreciarse. De acuerdo a datos publicados por la Liga Anti Difamación (https://global100.adl.org/country/argentina/2019), las sensibilidades antijudías estarían presentes en el 30% de la población argentina. Un hecho notable es la prevalencia mayor de estas sensibilidades entre los ateos (38%) que entre los cristianos (29%). No es descabellado considerar entre los ateos, a su vez, una mayor prevalencia de izquierdistas y progresistas. Así, en la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina, CEIL-CONICET, 2019, la prevalencia de la opinión de que ‘Una mujer debe tener derecho al aborto siempre que así lo decida’ es tres veces mayor entre los ateos que entre los cristianos, en tanto que la declaración de haber participado en el último año en una ‘Marcha “A favor del aborto”’ es ocho veces mayor en los primeros. Prevalencias mucho mayores también se observan en temas relativos a los derechos de parejas gays o de lesbianas para poder adoptar niños y en la aceptación de la legalidad del consumo de marihuana en todos los casos. De esta manera algo sorprendente se observa entonces una mayor sensibilidad antijudía entre personas de ideología de izquierda y progresista, lo que estaría señalando a un componente ideológico más potente que los efectos de tradiciones religiosas perennes, como ser la ideología antiimperialista y nacionalista. Que la mayoría de la izquierda argentina es nacionalista, aun contra su autopercepción, es un tema para explorar más detalladamente en un estudio específico.

[13] Para una exploración analítica de este vínculo entre antisemitismo, anticapitalismo y antiimperialismo: Postone, Moishe, History and Helplessness: Mass Mobilization and Contemporary Forms of Anticapitalism’, Public Culture, 18 (1), 2006: 93–110, y también The Dualisms of Capitalist Modernity: Reflections on History, the Holocaust, and Antisemitism. En J. Jacobs (Ed.), Jews and Leftist Politics: Judaism, Israel, Antisemitism, and Gender (pp. 43-66). Cambridge: Cambridge University Press, 2017.

[14] Bonefeld, Werner, Antisemitism and the Power of Abstraction. En Stoetzler, Marcel, Antisemitism and the Constitution of Sociology, University of Nebraska Press, 2014, p. 316.

[15] Fine, Roberts y Spencer, Philip, Antisemitism and the left, Manchester University Press, 2017, p.2.

[16] Stoetzler, Marcel, Capitalism, the nation and societal corrosion: Notes on ‘left-wing antisemitism’. En Journal of Social Justice, Vol. 9, 2019, p. 2.

[17] Ibídem, p. 3.

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